Buuuuuu....

Sólo el alma sensible de un artista es capaz de mirar al mundo y comprenderlo todo aun cuando sea diferente a si mismo, pero que incomprensibles somos cuando es el mundo quien nos mira

Podríamos definir la tolerancia como la aceptación de la diversidad de opinión, social, étnica, cultural y religiosa. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona...

La tolerancia si es entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es a todas luces una virtud de enorme importancia.

El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar.

Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos: La oposición de Gandhi al gobierno británico de la India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá incansablemente que, “dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenerse de toda violencia”. Y que, “si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo”. ¿Les suena esto en la actualidad mundial?. Además, “si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos”.

¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior. Ahí entra en juego nuestro discernimiento. Defender una doctrina, una costumbre, un dogma, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. Con este concepto entendemos claramente que la verdad siempre surge desde la individualidad y que las verdades generalistas solo nos llevan a un camino de confusión.

De todas formas, hay dos evidencias claras: que hay que ejercer la tolerancia, y que no todo puede tolerarse. Compaginar ambas evidencias es un arduo problema.

Todos los análisis realizados por filósofos y estudiosos de la materia al respecto a la tolerancia aprecian la dificultad de precisar su núcleo esencial: los límites entre lo tolerable y lo intolerable. De nuevo, y como en casi todos nuestros acontecimientos diarios, debemos beber en la fuente de la sencillez, ella será la encargada de otorgarnos el discernimiento que nos de la inspiración para el obrar.

Hemos empezado hablando de la tolerancia como parte del “respeto a la diversidad”. Se trata de una actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia, de la aceptación del pluralismo. Ya no es permitir un mal sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y las violencias son la actualidad diaria, la tolerancia es un valor que es muy necesario y urgentemente hay que promover.

Ese respeto a la diferencia tiene un matiz pasivo y otro activo. La tolerancia pasiva equivaldría al “vive y deja vivir”, y también a cierta indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad, una actitud positiva que se llamó desde antiguo benevolencia. Los hombres, dijo Séneca, deben estimarse como hermanos y conciudadanos, porque “el hombre es cosa sagrada para el hombre”. Su propia naturaleza pide el respeto mutuo, porque “ella nos ha constituido parientes al engendrarnos de los mismos elementos y para un mismo fin”. Séneca no se conforma con la indiferencia: “¿No derramar sangre humana? ¡Bien poco es no hacer daño a quien debemos favorecer!”. Por naturaleza, “las manos han de estar dispuestas a ayudar”, pues sólo nos es posible vivir en sociedad: algo “muy semejante al abovedado, que, debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se aguantan por este apoyo mutuo”. La benevolencia nos enseña a no ser altaneros y ásperos, nos enseña que un hombre no debe servirse abusivamente de otro hombre, y nos invita a ser afables y serviciales en palabras, hechos y sentimientos.

La tolerancia es un regalo desde los primeros años de la vida.

4 comentarios:

Diablos, B...

Me das miedo jajaja... muy bueno...

brindar respeto, es ser tolerante??? Uhmmmm....

Te adoro (L)

Jajajaja, la venganza empieza? Me das mello ¬¬

Feliz día del idioma!!! xDDD

Feliz Cumpleeeee

Blablabla ¬¬

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Renueva

Renueva
Sólo nueva, aunque perdida. Quizá al borde, encontrada... espero, no desesperada.

Realidad

Mi memoria conserva apenas solo el eco vacilante de su alta melodía: lamento de metal, rumor de alambre, voz de junco, también latido, vena.

Recuerdo claramente su erre temblorosa, su estremecida erre suspendida sobre un abismo de silencio y ámbar, desprendiéndose casi de la música oscura que por detrás la asía, defendiéndose apenas del cálido misterio que la alzaba en el aire creando un solo cuerpo de luz y de belleza.

Luminosa y precisa, yo la sentía en mi ser profundamente, sabía su sentido, descifraba sin llanto su mensaje, porque acaso ella fuese? o sin acaso: cierto? La única palabra irrefrenable que mi sangre entendía y pronunciaba: una palabra para estar seguro, talismán infalible significando aquello que nombraba.
Como un perfume que lo explica todo, como una luz inesperada, su presencia de viento y melodía
hería los sentidos, golpeaba el corazón, estremecía la carne con el presentimiento verdadero de la honda realidad que descubría.

Pronunciarla despacio equivalía a ver, a amar, a acariciar un cuerpo, a oler el mar, a oír la primavera, a morder una fruta de piel dulce.

Todo ocurría así, hasta que un día la dije bien, y no entendí su cántico.

La grité clara, la repetí dura, y esperé ávidamente, y percibí, lejano, un eco inexplicable, infiel reflejo que en vez de iluminar, oscurecía, que en vez de revelar, cubrió de tierra la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje.

Cuando un nombre no nombra, y se vacía, desvanece también, destruye, mata la realidad que intenta su designio.